Qué días más bonitos estoy pasando.

Hay días que me cuentan unas historias que pienso: «Uau!, madre mía, esto es insuperable, va a ser el mejor dibujo que he hecho hasta ahora». Y no, al día siguiente me llega otra historia-reto aún más alucinante. Pero creo que ésta que os voy a contar ahora es lo más sorprendente que me ha pasado. Y he tenido zapatos con los que me he emocionado de lo lindo, pero es que con estos lo he «flipado» y eso que han sido de los más sencillos que he dibujado (o eso creía yo)… Unos zapatos de compromiso. Sí, de los de arrodillarse, solo que la proposición ha sido un poco diferente…

Todo empezó, como me contó por email el (ahora) Hombre Comprometido, una noche en el sofá en la que su novia le enseñó los zapatos por el móvil y le dijo: «Mira que bonito lo que hace esta chica… pinta zapatos. Mira estos que bonitos… bla bla bla». Lo que yo mismo hago con Novio con las miles de «necesidades» que me entran por los ojos.

El caso es que este Hombre Comprometido, después de pensarlo mucho me escribió. Y se estudió bien la cartilla porque sabía muy bien lo que quería y lo que no quería según lo que había visto de mi trabajo. (Cosa que me sorprendió). Quería unos zapatos muy sencillos, con sólo una pregunta y un anillo. Y que le ayudase con el «desarrollo» de la idea que tenía en mente. Nada más y nada menos.

¡Pero que pregunta! «¿QUIERES CASARTE CONMIGO?» Y un anillo de ensueño, con un zafiro, «o algo de color», no quería brillantes. Me dijo: «No, mi novia no es de brillantes». (Marilyn Monroe se quedaría de piedra).

Pero lo más sorprendente de todo no son los zapatos, sino la forma de dárselos. ¿Conoces Love Actually? Es una de las películas favoritas de su chica (y de todas XD), y pensó que la escena de los cartelitos en la puerta era la forma perfecta de pedirle que se casara con él. Ni restaurante, ni viaje, ni Torre Eiffel, ni hincar la rodilla en el vestidor (es que somos mu tontainas)… Él quería hacerlo de una forma natural y espontánea (para ella) y que no se lo esperase. Que no saliese huyendo, me decía. Y de forma asequible. Y esto es algo que me llamó la atención: «Al final lo que importa es la pregunta, y es una pena que no vaya escrita en ningún lado. Quiero que ella se quede con eso, más que con brillantes». (Curioso, eh? A mi me sorprendió, nunca lo había pensado de ese modo).

Su idea era, pedir un día en el trabajo, llegar a casa de sorpresa, y cuando ella abriera, mostrarle los carteles, y bueno, llorar y besos y más besos. Solos ellos dos. Y ese momento. Simplemente eso. Que fuese en un portal, a pleno día, en vez de en una calle bonita de Londres, no importa absolutamente nada.

Mi participación en todo ello, a parte de estar sonriendo todo el rato,  hacer los carteles con «letra bonita» y «centrados». Y que se leyera todo clarito. Y todas las conversaciones por email que hemos mantenido hasta dar con los detalles adecuados.

Y te preguntarás, ¿qué le escribió?

«Bichito, no puedo regalarte unos Manolos…

Ni un anillo de Tiffany’s…

Pero te puedo regalar una pregunta…

y un montón de besos.

Abre esta caja y salta conmigo»

¿Es para llorar o no?

Le dijo sí, tranquilidad… Y ahora puedo contar que habrá boda el próximo año, «a su manera» también.

Serán felices y comerán perdices, pero con una vida real y mucho love de cuento.

p.d. A mí la escena en mitad del vestidor no me importaría, o en mitad de la cocina, da igual. (Novio…ejem ejem…)